miércoles, 8 de julio de 2009

HAZ QUE YO VEAS

HAZ QUE YO VEA


Esa era la petición de Bartimeo, el ciego de Jericó.
Llena de confianza en el poder de Cristo.
Nacida del fondo del alma: porque sentía íntimamente
la miseria de su ceguera.
Nada le importaba la multitud que rodeaba al Maestro.
Nada le importaba que quisiera hacerle callar.
No: él se haría oír! Y eso bastaría: porque –estaba seguro de ello-
Jesús no se haría sordo a su súplica.
Había oído decir tantas cosas buenas de El!
Sí, sí, bastaría que Él le oyese.
Y gritaba más y más alto cada vez.
El le curaría. Cómo saltaba ya de gozo en su esperanza!
El le curaría, y vería…Ah! Cuántas cosas deseaba ver!

Jesús le oyó.
Y bartimeo, el ciego, abrió los ojos, y vió.

Maestro, que yo también vea. Esa es también mi petición.
Yo necesito ver, porque…yo también soy ciego!

Ciego, no para las cosas de la tierra: cuánta veces las veo demasiado!
Pero si ciego para las cosas de mi alma, para las cosas del cielo.
Necesito, Señor, tu luz: esa luz que penetra hasta lo más recóndito del
Alma, que ilumina las más oscuras tinieblas.

Que yo ve señor:
Mi pasado: para llorar de corazón mis extravíos. Son tantas veces
Que he transitado por las sendas oscuras de la perdición y el pecado!

Mi presente: para conocerme tal cual soy delante de Ti. Tal vez ese
conocimiento me causara temor: porque encontrare tantas cosas que no
sospechaba o que había ya olvidado. Pero ese conocimiento será, al
Mismo tiempo, el principio de mi salvación.

Mi futuro: para prever, Señor, para defenderme, para encaminar mis
pasos por senderos de luz, por esos senderos por donde caminas Tú, luz
verdadera que ilumina a todos los hombre de buena voluntad.

Que yo te ve siempre a ti, Señor; que te ve en todas partes y en todos
los momentos.

Y que viéndote, te siga, como te siguió Bartimeo, cantando tus alabanzas.
Siguiéndote a ti nunca caminare en tinieblas.

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