HAZ QUE YO VEA
Esa era la petición de Bartimeo, el ciego de Jericó.
Llena de confianza en el poder de Cristo.
Nacida del fondo del alma: porque sentía íntimamente
la miseria de su ceguera.
Nada le importaba la multitud que rodeaba al Maestro.
Nada le importaba que quisiera hacerle callar.
No: él se haría oír! Y eso bastaría: porque –estaba seguro de ello-
Jesús no se haría sordo a su súplica.
Había oído decir tantas cosas buenas de El!
Sí, sí, bastaría que Él le oyese.
Y gritaba más y más alto cada vez.
El le curaría. Cómo saltaba ya de gozo en su esperanza!
El le curaría, y vería…Ah! Cuántas cosas deseaba ver!
Jesús le oyó.
Y bartimeo, el ciego, abrió los ojos, y vió.
Maestro, que yo también vea. Esa es también mi petición.
Yo necesito ver, porque…yo también soy ciego!
Ciego, no para las cosas de la tierra: cuánta veces las veo demasiado!
Pero si ciego para las cosas de mi alma, para las cosas del cielo.
Necesito, Señor, tu luz: esa luz que penetra hasta lo más recóndito del
Alma, que ilumina las más oscuras tinieblas.
Que yo ve señor:
Mi pasado: para llorar de corazón mis extravíos. Son tantas veces
Que he transitado por las sendas oscuras de la perdición y el pecado!
Mi presente: para conocerme tal cual soy delante de Ti. Tal vez ese
conocimiento me causara temor: porque encontrare tantas cosas que no
sospechaba o que había ya olvidado. Pero ese conocimiento será, al
Mismo tiempo, el principio de mi salvación.
Mi futuro: para prever, Señor, para defenderme, para encaminar mis
pasos por senderos de luz, por esos senderos por donde caminas Tú, luz
verdadera que ilumina a todos los hombre de buena voluntad.
Que yo te ve siempre a ti, Señor; que te ve en todas partes y en todos
los momentos.
Y que viéndote, te siga, como te siguió Bartimeo, cantando tus alabanzas.
Siguiéndote a ti nunca caminare en tinieblas.
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