Con estas palabras sencillas y solemnes el Señor dio sus mandatos en la antigua Ley. Yo, el Señor.
Y ella sigue siendo tambien en la Ley Nueva el titulo de su dominio sobre nosotros, de su dominio sobre mí: ¡El es el Señor!
Si el sentido profundo de esta palabra penetra hasta el fondo de mi alma:
¡El Señor! Mi Señor!
Señor mío por tantos títulos:me sacó de la nada: todo mi ser suyo es: yo soy su creatura.; me redimio de la esclavitud del pecado, el yugo ominoso que me marcó desde el momento en que fui concebido: en pecado nací, pero El fué mi Redentor y me libro de ese vergonzoso cautiverio; me marcó con un sello indeleble en el día de mi bautismo: me hizo entonces suyo por un nuevo título; me ha hecho su tabernáculo viviente, cuando en el día de mi primera comunión, tomó posesioón de mi alma, convertida en su trono; me rescató de nuevo, y tantas veces, cuando el demonio me había sujetado de nuevo a su yugo por el pecado; El es real y verdaderamente mi Señor.
Y yo, criatura suya, posesión suya, quiero reconocer de nuevo, voluntariamente, ese dominio suyo:
Sí, Señor, Tú eres mi Señor.
Tienes sobre mí todos los derechos.
Puedes disponer de mí a tu voluntad.
Como quieras, Cuando quieras.
Yo besaré reconocido tu mano, si quiere herirme con el dolor, si quiere purificarme con el sufrimiento, lo mismo que cuando venga a alentarme con la alegría.
Aceptaré gustoso tus disposiciones.
¡Tú eres el Señor!
¡Yo soy tu creatura!